Un blog lleno de pequeños relatos, caminos que nos encontramos a lo largo de nuestra vida. Sentimientos inesperados, situaciones felices o quizás tristes. Recuerdos de un ayer, o sueños deseados por cumplir. Relatos cortos con los cuales yo he empezado este camino. El camino de la escritura.
Respirar hondo, cogiendo mucho aire
y cerrando los ojos como concediéndote un minuto para pensar, para
reorganizarlo todo en tu mente.
Quizás para, en esos minutos de
relajación, sacar fuerzas de donde no las haya, buscar un ápice de paciencia
guardado dentro de ti.
Y todo esto ocurre siempre… y al
final todo se calma, y ese sol tan brillante escondido, sale tras la oscura
tormenta.
Eso es lo que ocurría, siempre. Una
y otra vez.
Ahora te encuentras con un
contratiempo el cual no te sientes capaz de cambiar. Y es que la tormenta no
termina, parece que nunca llega a su final. No se va, no desaparece, ni
siquiera deslumbra un pequeño rayo de sol. Lo peor de todo, es que cada vez el
cielo es más negro y cada vez llueve con más fuerza. A veces los relámpagos iluminan
el cielo y las calles mojadas.
Ya no hay respiración lenta o
relajada, ya no queda paciencia ni fuerza en tu interior. Y te das cuenta cada
minuto que pasa que no va cambiar al menos por mucho tiempo. Todo eso se agotó,
las reservas se terminaron no hace mucho tiempo en tu interior.
Y solo se te pasa una pregunta por
la cabeza una y otra vez, “¿y ahora qué?”
¿Qué pasará? ¿Terminará la tormenta
algún día? ¿Lograrás quizás poder volver a ver el sol? ¿Cuál es la solución? ¿Qué
es lo que tienes que hacer?
A veces te apetece seguir ahí parada
bajo la lluvia en la oscura y fría noche sin pensar en nada. Otras veces te
apetece correr y correr todo lo que tus piernas te permitan hacia ningún lugar,
mientras tus lágrimas se unen en una sola a la luz de los tenebrosos
relámpagos.
Y cuando intentas buscar una
solución a tus problemas y resguardarte de la fría lluvia, nada encaja de nuevo
y todo se vuelve a desmoronar bajo tus pies.
Acabas llegando una y otra vez
a la misma conclusión cada noche.
Y es que solo te queda esperar. Esperar
y esperar para ver qué sucederá al día siguiente con esa tormenta que parece no
tener un final.
Cierra los ojos, respira todo lo
fuerte que sus pulmones la dejan. Siente esa mano en el pecho que la ayuda a
calmar su llanto. Mientras las últimas lágrimas de aquella noche caen por sus
sonrosadas mejillas, siente su voz y sus palabras susurrándola al oído. Siente
el calor de su cuerpo estrechándola contra el suyo.
Siente, sueña despierta, cierra
los ojos e imagina. Aquellas palabras la ayudan a imaginarse cualquier cosa en
su mente, por difícil que resulte.
Un día soleado y caluroso. A sus
pies una antigua vía de tren. A sus espaldas una barrera cerrada y una fila
inmensa e infinita de coches esperando a ser abierta. Al frente un paraíso
lleno de felicidad, diversión y todo tipo de lujos la esperan. Miles de
personas la gritan que cruce de una vez por todas. La animan a vivir en aquel
lado de la vía de tren. Mira a sus espaldas y allí está todo lo que ha vivido.
Sus miedos corriendo como locos, su dolor autodestruyéndose, su tristeza
ahogándose en su propio llanto, su autoestima llorando por los suelos y otros
miles de personas señalándola con el dedo mientras se ríen sin parar de aquella
muchacha que oye sus dolorosos insultos como cada día de su triste vida.
Mira a su derecha y oye el sonido
lejano de un tren que se acerca a toda velocidad. Después de tanto tiempo de
pie ante aquella vía, por fin ha llegado la hora, por fin oye aquel sonido
locomotor que la hace sonreír y a la vez sus miedos tiran de ella haciéndola
retroceder.
- - No lo hagas, no puedes hacerlo. No te engañes, tú
y yo sabemos que nunca lo conseguirás. Esto no es para ti, esa vía es demasiado
grande para saltarla, ni siquiera para cruzarla. Con lo torpe que eres te
caerás y volverás otra vez a donde estas, a donde has estado siempre con la
gente que ya conoces – intenta convencerla su miedo mientras tira de su pierna.
- - ¿Qué gente? Dime, ¿esa gente que está ahí atrás
y que se han burlado toda la vida de mi? ¿Esa gente que lo único que sabe hacer
es poner la zancadilla y señalar con el dedo a los que no somos como ellos? ¿De
verdad crees que quiero esa vida? Ni en sueños – grita ella furiosa e
intentando zafarse de su miedo.
- - Ellos te quieren, se comportan así porque te
quieren. Ellos te hacen ver la realidad diciéndote lo que ven en ti. No como
aquellos estúpidos de en frente que te engañan diciéndote que eres guapísima y
maravillosa. ¡Vamos!, ¿de verdad les vas a creer? ¿No te das cuenta que no eres
guapa, ni inteligente, ni hermosa? ¿Acaso no te ves en el espejo para saber que
es mentira? – le replica su miedo cada vez alzando más la voz – Mira tu
autoestima, ¿la ves? – dice señalando a una sombra que se arrastra por el suelo
- ¿de verdad crees que arrastrándose será capaz de cruzar contigo la vía con el
tren tan cerca?
El ruido del tren cada vez más
cercano hace que tenga que gritar más para callar a su miedo.
- - Dejame en paz. No te necesito ni a ti ni a esa
autoestima destrozada. No necesito a esa gente que, según tu, me dice la
verdad. ¡Porque la verdad está en mi misma y en lo que yo vea, no en lo que esa
panda de imbéciles me diga! No soy tan torpe cómo crees, puedo conseguir muchas
cosas, pues ya lo he demostrado. Y quizás no será nada fácil y puede que me
caiga mientras cruzo hacia el otro lado, pero no tengo ninguna intención de
rendirme y volver atrás. Y si me caigo como tú dices, me levantaré aun con las
rodillas sangradas, aun con el cuerpo magullado, una y otra vez. Puedo alcanzar
cualquier meta que me proponga y por supuesto esta no iba a ser menos.
- - No puedes hacerlo, tú lo sabes. No puedes. No
puedes. No cruces, no lo hagas, te caerás, lloraras, sufrirás….
- - ¡No sufriré más de lo que ya he sufrido! – grita
ella con todas sus fuerzas.
Mientras tanto la fila de coches
escuchan atentos la conversación y algunos se animan a transmitirle a aquella
dulce muchacha todo su apoyo.
- - ¡Tu puedes! No hagas caso al miedo, no lleva
razón. ¡Lucha por aquello que deseas!
- - ¡Si! Además si lo deseas con muchas fuerzas
seguro que lo conseguirás. ¡Animo!
Ella sonríe mirando al frente,
volviendo a ver a aquella gente que la anima a cruzar, que la elogia sin parar y
la miran con dulzura y respeto.
- - Necesito cruzar, quiero hacerlo, me lo merezco.
Yo quiero, yo puedo… - susurra con la cabeza baja.
- - ¡¡¡Grítalo!!! – le grita un chico guapo y
admirable desde el otro lado de la vía - ¡¡¡Créetelo, siéntelo!!! ¡Tú puedes!
Aquella muchacha sonríe y llora
de felicidad a la vez. Mira al cielo, respira hondo y prepara su mente para esa
dura carrera que la espera. Vuelve la cabeza hacia la derecha y ve que el tren
está cada vez más cerca de ella. Tiene miedo y un mohín de preocupación
dibujado en su cara lo demuestra. Pero sabe que tiene que hacerlo, que quiere y
lo más importante, que puede hacerlo.
Así que con ese último
pensamiento y echando un último vistazo hacia atrás, a su miedo, a su
autoestima, a su dolor, a los insultos que flotan en el aire y a toda aquella
gente riendo; se decide a cruzar por fin aquella vía de tren en el último
momento, después de tanto tiempo. Ni antes ni después.
- - ¡Es ahora o nunca! – grita aquel chico admirable
que sigue animándola – ¡Este es tu momento! ¡Cruza!
- - ¡ESTE ES MI MOMENTO!- chilla ella con todas las
fuerzas que acaba de sacar de no sabe dónde.
Y con aquellas últimas palabras de
ánimo de ese precioso joven que tiene los brazos abiertos esperándola y el tren
a escasos metros de ella, por fin se decide a cruzar aquella línea que la ha
separado durante tanto tiempo de todo lo que había soñado siempre. Se decide a
abandonar por fin aquel sufrimiento, aquella vida rastrera que llevaba a sus
espaldas. Con aquel salto de valentía aquella muchacha acaba de tomar la
decisión más importante de su vida, soltando la pesada mochila que llevaba
siempre a sus espaldas.
Solo con fuerza, valor,
seguridad, constancia y apoyo de los demás conseguirá llegar al otro lado de la
vía y vivir, después de todo, como siempre ha deseado. En paz y feliz consigo
misma.
Abre los ojos con fuerza y a su
lado está él, el precioso joven del otro lado de la vía, mirándola con deseo,
con amor y con dulzura como siempre lo ha hecho. Manteniendo aún su mano en el
pecho de ella transmitiéndole fuerzas.
- - Es ahora o nunca – le susurra al oído con su cálida
voz.
- - Lo sé. Este es mi momento – masculla en su oído
para después cerrar aquella promesa con un fuerte beso, lleno de esperanza,
coraje y valentía.
Separan sus bocas mientras se
miran fijamente a los ojos y se pierden con la mirada durante unos segundos que
parecen minutos. Se gritan, se abrazan y se besan solo con sus miradas
ardientes. Y a pesar de estar a oscuras se ven. Él la ve a ella, hermosa y reluciente
como nunca. Ella le ve a él, precioso, joven y admirable, pero además por fin
puede verse a ella misma como jamás lo había hecho, bella, guerrera, valiente y
afortunada. Y solo hay dos palabras que describen los sentimientos de ambos.
Solo dos palabras que salen al unísono de sus labios susurrando en la oscuridad
de la noche.
Era su arcoíris después de la tormenta. Era su sol y su
luna.
Era el brillo de sus ojos castaños y era ese hoyuelo en sus labios cuando sonreía.
Era su ídolo en secreto, pero también era su amor en
silencio. Era belleza y ternura, era inteligencia y sabiduría. Era un nudo en
la garganta y a la vez un revoloteo de mil mariposas en su estómago.
Era como el abrazo de su madre, era como el susurro del
viento. Era como la protección de su extrañado padre, era como una mano que la
guiaba en el camino.
Y es que él era único para ella, él era miles de sensaciones
nuevas que jamás había sentido. Él era todo eso que le faltaba y que nunca
había tenido. Él era su luz en medio de tanta oscuridad y él era aquel muchacho
que solo con sus palabras, su sonrisa y su mirada logró sacar del laberinto de
espinas a aquella joven perdida.
Tantas cosas era, que solo recuerda una cosa bien clara. Él
era su sueño desde niña hecho por fin realidad.
Un destello, como si de una luz
blanca se tratara. Y después una imagen, un suceso. Unos ojos que resultan
familiares. Una risa. Una risa muy particular y resplandeciente. Un paisaje
difuso en el que solo puede distinguirse colores. Globos de colores. ¿Una
fiesta? No, imposible, no hay mucha gente. Solo ella.
Otra vez ese destello, pero ahora
de luz dorada brillante, amarilla como el sol o quizá como el color de su pelo.
Abre los ojos. ¿Qué ha sido eso?
¿Estaba dormida? Quizá sí. Quizá no. Solo recuerda esa imagen. Esos globos de
colores inflándose y mecidos por ella. Aquello no ha sido un sueño. Quizá no
estaba dormida.
Tras tumbarse en la cama para
descansar y cerrar sus párpados pesados como el plomo, solo habían pasado cinco
escasos minutos. No había podido dormirse y tras aquel recuerdo era más difícil
intentarlo.
Quiere ver esa imagen de nuevo.
Recuerda bien esa risa y aún no ha olvidado el color azul como el mar de esos
ojos. Sonríe para sí. Sabe que quiere volver a cerrar los ojos y verla de
nuevo.
Otro destello. El sol desprende el
fatigado calor de primera hora de una tarde de verano. Silencio, un pesado
silencio interrumpido únicamente por el sonido del agua y el cantar de los pájaros.
Dos chicas toman el sol, aunque una de ellas bajo la sombrilla. Hablan de
muchas cosas. Ríen. Se sorprenden y se emocionan juntas. Secretos guardados por
la suave brisa del viento. Secretos guardados y sellados bajo aquella sombrilla
en una piscina que ha albergado tantos momentos. Una tarde de verano
inolvidable como tantas otras.
El destello blanco vuelve a
aparecer a la vez que sus ojos se abren lentamente. Pero esta vez es diferente.
Una lágrima recorre su mejilla directa a la comisura de sus labios a la vez que
sonríe.
Tumbada en la cama y con los
auriculares puestos, suena una de sus canciones preferidas. Bueno, al menos
antes le encantaba. Hacía mucho que no la escuchaba. Y aquel momento es ideal
para esa canción. Se concentra en la letra pero las lágrimas a veces la juegan
una mala pasada y luchan deseosas por salir de sus ojos verdes.
“Nunca pensé que llegaría…
Nunca creí en ese momento…”
Jamás pensaba que aquello
pasaría. Nunca creyó que las circunstancias tuvieran que cambiar tanto. Pero no
tenía elección. Tuvo que hacerlo. Tuvo que marcharse. Y es cierto, aquella
canción la describe, aquella canción es ideal para ambas.
La echa tanto de menos que
aquellos destellos seguidos de maravillosos recuerdos es lo único que consiguen
darla fuerzas cuando la añora tanto.
“Te cambia la vida
Sin que tengas nada para seguirla…
Te cambia y no piensas….
En lo que te olvidas.”
Ella sabía aquello que iba
a dejar atrás, sabía que ya no podría verla todos los días, a cualquier hora.
Sabía que ya no estaría a dos pasos, en aquella puerta que solo una columna
separaba. Pero tenía claro que siempre la llevaría en el corazón, en la memoria
y en todos aquellos recuerdos.
“Y te despiertas un buen día,
lo ves todo al revés…
Miras atrás ves tu camino,
el que hicieron tus pies…”
Miraba atrás y veía todas
las risas, los secretos, todas sus tonterías, aquellas que hacían juntas. Veía
un camino largo de amistad. Una amistad duradera que aún perdura.
Dicen que la distancia es el
olvido, pero a ella jamás podrá olvidarla. Da igual cuantos kilómetros las
separen. Gracias a ella aquellos años habían tenido un poco de luz entre tanta
oscuridad. Ella la hacía sonreír cuando solo tenía ganas de llorar. Ella la
animaba a seguir adelante aunque los problemas la acecharan. La sigue
encantando esa autoestima suya y esa sonrisa que contagiaba a cualquiera.
Y la canción continua
reproduciéndose en su móvil, mientras ella sigue pensando todos los grandes
recuerdos que un día guardó en su memoria. Recuerdos que recogen más de una
década de amistad. Momentos que desean revivir juntas y todo el tiempo que les
encantaría pasar la una con la otra. Como antes.
Pero aquel día tuvieron que
ser fuertes y renunciar a tantos abrazos juntas.
Aquel estribillo le forma un
nudo en la garganta que no puede evitar romper.
“Que cuando me vaya…
no caiga una lágrima por mí,
Que solo quede la amistad…
tantos sueños que recordar”
Y la canción termina con un
sabor a sal en sus mejillas de aquellas lágrimas que se han escapado
recordándola.
Ella. Preciosa, sonriente.
Carismática pero cariñosa. Con carácter pero bondadosa. La persona que siempre
ha estado a su lado, desde pequeña. Aquella que la abrió sus brazos el primer
día. Con el paso del tiempo sus empujoncitos la han ayudado siempre a caminar
sin mirar atrás.
Loca y divertida. Soñadora
como una niña, pero reconoce que esa es la parte que más le gusta de ella. Sus
ojos azules, su pelo dorado como el oro, su sonrisa sincera y pura, sus
achuchones que llegaban al alma. Su risa y sus lágrimas. Su alegría y su
enfado.
Porque solo así puede
describir a esa persona increíble, dulce, preciosa y que le ha transmitido día
a día tantas ganas de vivir.
Para ella es perfecta,
aunque siempre diga que no, aunque siempre le repitiera sus defectos.
Y recordándola, echa de
menos sus abrazos y su sonrisa. Tiene ganas de verla, de pasar miles de
momentos como aquellos a su lado. Porque solo ellas se entendían. Aquellas dos
amigas que jamás se olvidarán, unidas para siempre a pesar de la distancia por
una gran amistad.
Y así es ella. Es su pequeña
rubia. Es su pedacito de corazón que llevará consigo.