domingo, 25 de marzo de 2012

Sueños rotos

Respiras un aire tranquilo tan aromático y agradable que te produce un escalofrío que recorre todo tu cuerpo. Observas ese cielo azul que termina juntándose con ese horizonte de agua. Ese olor a mar salado y a olas rompiéndose en la orilla y chocándose con el acantilado. El ruido del vaivén de las olas, el ruido de la fuerza del mar, el cantar de los pájaros, pero sobre todo el ruido del silencio te calman hasta sentir una tranquilidad completa en tu cuerpo. Y cierras los ojos porque esos momentos felices no están hechos para captarlos con la vista. Cierras los ojos y disfrutas de esa calma, disfrutas de ese momento de relax que después de tanto tiempo pareces tener y has logrado conseguir. El sol calienta tu cuerpo bañando tu piel con un color más oscuro. Y el calor de los rayos de sol en tu cuerpo te relaja aun más.




De repente oyes tu nombre a lo lejos, el cual cada vez se escucha más cerca. Abres los ojos y te incorporas en la toalla en la que estabas tumbada al lado de la sombrilla. No ves a nadie, solo estás tú en esa gran playa. Tú, tu sombrilla y tu toalla. Miras a un lado y miras al otro y no hay nadie. Vuelves a recuperar ese estado de calma y relajación que habías logrado con solo escuchar los sonidos del mar. Pero de repente, otra vez tú nombre y está vez mucho más cerca. Te sobresaltas y ves una figura desconocida a tu lado. No logras ver sus rostro pero te das cuenta que te tiene atada de la cintura. Y sin decir una palabra poco a poco va tirando de ti hasta alejarte de ese sitio maravilloso, de tu toalla, de tu sombrilla. Incluso te aleja de los sonidos del mar y de las vistas tan maravillosas en el horizonte. Te arrastra poco a poco con esa cuerda y cuando quieres darte cuenta, tus pies no pisan arena, no pisan nada. Se encuentran en un vacío total el cual te absorbe hasta caer. Y te encuentras cayendo en un inmenso agujero negro, sin poder gritar, sin poder pedir ayuda. Y mientras caes piensas, “¿Quién ha podido alejarme de ese momento tan feliz que estaba viviendo?” Pero nadie te ayuda, sigues cayendo cada vez más despacio y con un dolor en el pecho que te ahoga progresivamente.


De repente se levanta sobresaltada de la cama. Suspira fuertemente con miedo, un suspiro fatídico.


- Solo ha sido un simple sueño- piensa.


Un sueño que para ella es un deseo. Un deseo, un sueño, una fantasía, una petición. Solo desea ese simple y maravilloso momento en el que pueda relajarse, disfrutar y desconectar de la rutina que le ahoga día a día. Una rutina que le ahoga tan fuertemente que la va matando. Va matando sus ganas de sentirse bien, sus ganas de vivir. Pero lo más importante, va matando su felicidad. Pero alguien le rompe ese deseo, alguien le impide cumplir ese sueño. Un sueño por el que quiere luchar, pero después de todo no se ve con las fuerzas necesarias para hacerlo. Porque al fin y al cabo, ¿cuál es el precio para alcanzar la felicidad?