El susurro del viento que se desliza suavemente por tu abdomen de principio a fin.
Esa gota de agua salada que recorre tu pecho hasta desembocar en tu ombligo.
Los rayos de sol que se cuelan silenciosos y juguetones tras la sombrilla y acaban impregnados en tu cuerpo.
Ese olor a sal, arena y mar que forman un aroma relajante que te encanta.
Y de fondo, ese ruido, o mejor dicho, ese silencio. El rugir de las olas que chocan fieras contra la orilla y la espuma, que desprende el vaivén de éstas. Una y otra vez, sin cesar.
La misma melodía que sigue sonando sin parar. Esa melodía que te produce calma y desasosiego. Una paz emana dentro de ti, ese conjunto de elementos de la naturaleza y disfrutarlos con los cinco sentidos, te produce satisfacción pero sobre todo felicidad.
Has encontrado la manera de desconectar, de alejarte de lo rutinario, de los problemas y de aquello que te hace infeliz. Sí, aquí has encontrado el principio del camino. Del camino de la felicidad.
Solo necesitas tres cosas que te dan tranquilidad y calma: playa, mar y sobre todo, silencio.