Escuchas, pero no quieres escuchar. Atiendes, pero no
quieres atender. Miras, pero no quieres mirar. Palabras que se te clavan en el
tímpano como mil cuchillos afilados golpeándote en el corazón. Palabras que
intentas que, aunque se cuelen por tu oído, no lleguen a donde temes.
Pero es imposible, una simple palabra puede destrozar un
corazón, incluso puede destrozar todo un alma.
Una palabra que va de la mano de un conjunto de
sentimientos. Sentimientos dañinos y negativos para tu persona.
Pero el dolor no es producido por esa palabra, por muy sucia
y dura que sea. La persona que pronuncia ese conjunto de letras es lo que te
sorprende. Te sorprende y te escuece como el limón en la herida reciente. Esas
personas en las que tanto has confiado, personas que han marcado tu infancia y
quedan con miles de recuerdos.
Cuando sus palabras te hacen creer que en realidad estas
hundida, que no puedes salir de esa trampa en la que te hayas. Es entonces
cuando te sientes débil, vulnerable, sin fuerzas. No es el significado de una
palabra, es lo que esa persona significa para ti y utilice esas duras frases,
día tras día, semana tras semana. No es una persona, ni dos, ni siquiera tres.
Es un bombardeo de todas esas personas que te importan. Porque sabes que la
palabra de un desconocido no significa nada, por muy desagradable que sea.
Y entonces, tras mucho tiempo, cuando tu oído no aguanta más
ese sonido, esas repeticiones, cuando a pesar de no ver la luz al final del
túnel tu cabeza te dice basta. Es en ese momento cuando encuentras las fuerzas
que necesitas, cuando de repente como si por arte de magia, te recargaran al
igual que un aparato electrónico. Ya no hay oscuridad, el cielo no es negro.
Empiezas a verlo gris, incluso por ciertos sitios logras ver los claros del mismo
y como algún rayito de sol se cuela por esa oscuridad. Es entonces cuando te
paras a pensar, respiras profundamente, cierras los ojos, sonríes como nunca lo
habías hecho y pronuncias las dos palabras más bellas que existen y que jamás
habías oído, “yo puedo”.
Y sabes que podrás, lo sientes, la energía dentro de ti
fluye como el cauce del río tras una fuerte lluvia. Piensas y escribes en tu
mente, reescribes y piensas. Tienes el método, tienes la técnica, tienes
confianza en ti misma y sabes que esto último es lo más importante. Te faltaría
algo que quizás podría ser importante, pero sabes que sin ello también lo
lograras. El apoyo de esas personas que una y otra vez te han transmitido esas
amargas palabras, pero no lo necesitas. Tu misma te vales para conseguir tu
propósito.
Y el resultado es la mayor satisfacción que puedas imaginar.
Cuando puedes demostrar a todas esas personas que lo has conseguido, que has
conseguido aquello que repetían una y otra vez que no podrías lograr. Demuestras
lo que has avanzado, aquello que has cambiado y de lo que te sientes orgullosa,
aunque sabes que el objetivo no ha llegado a su fin, que aún queda camino por
recorrer. Pero ese logro, hará que tu propia confianza aumente a pasos
agigantados y no resulte tan difícil cumplir ese sueño que desde hace tanto
tiempo deseabas.
Es entonces cuando comprendes que nada es imposible si lo
deseas desde el corazón.