viernes, 16 de noviembre de 2012

...Palabras y personas...

Escuchas, pero no quieres escuchar. Atiendes, pero no quieres atender. Miras, pero no quieres mirar. Palabras que se te clavan en el tímpano como mil cuchillos afilados golpeándote en el corazón. Palabras que intentas que, aunque se cuelen por tu oído, no lleguen a donde temes.

Pero es imposible, una simple palabra puede destrozar un corazón, incluso puede destrozar todo un alma.
Una palabra que va de la mano de un conjunto de sentimientos. Sentimientos dañinos y negativos para tu persona.

Pero el dolor no es producido por esa palabra, por muy sucia y dura que sea. La persona que pronuncia ese conjunto de letras es lo que te sorprende. Te sorprende y te escuece como el limón en la herida reciente. Esas personas en las que tanto has confiado, personas que han marcado tu infancia y quedan con miles de recuerdos.

Cuando sus palabras te hacen creer que en realidad estas hundida, que no puedes salir de esa trampa en la que te hayas. Es entonces cuando te sientes débil, vulnerable, sin fuerzas. No es el significado de una palabra, es lo que esa persona significa para ti y utilice esas duras frases, día tras día, semana tras semana. No es una persona, ni dos, ni siquiera tres. Es un bombardeo de todas esas personas que te importan. Porque sabes que la palabra de un desconocido no significa nada, por muy desagradable que sea.

Y entonces, tras mucho tiempo, cuando tu oído no aguanta más ese sonido, esas repeticiones, cuando a pesar de no ver la luz al final del túnel tu cabeza te dice basta. Es en ese momento cuando encuentras las fuerzas que necesitas, cuando de repente como si por arte de magia, te recargaran al igual que un aparato electrónico. Ya no hay oscuridad, el cielo no es negro. Empiezas a verlo gris, incluso por ciertos sitios logras ver los claros del mismo y como algún rayito de sol se cuela por esa oscuridad. Es entonces cuando te paras a pensar, respiras profundamente, cierras los ojos, sonríes como nunca lo habías hecho y pronuncias las dos palabras más bellas que existen y que jamás habías oído, “yo puedo”.

Y sabes que podrás, lo sientes, la energía dentro de ti fluye como el cauce del río tras una fuerte lluvia. Piensas y escribes en tu mente, reescribes y piensas. Tienes el método, tienes la técnica, tienes confianza en ti misma y sabes que esto último es lo más importante. Te faltaría algo que quizás podría ser importante, pero sabes que sin ello también lo lograras. El apoyo de esas personas que una y otra vez te han transmitido esas amargas palabras, pero no lo necesitas. Tu misma te vales para conseguir tu propósito.

Y el resultado es la mayor satisfacción que puedas imaginar. Cuando puedes demostrar a todas esas personas que lo has conseguido, que has conseguido aquello que repetían una y otra vez que no podrías lograr. Demuestras lo que has avanzado, aquello que has cambiado y de lo que te sientes orgullosa, aunque sabes que el objetivo no ha llegado a su fin, que aún queda camino por recorrer. Pero ese logro, hará que tu propia confianza aumente a pasos agigantados y no resulte tan difícil cumplir ese sueño que desde hace tanto tiempo deseabas.

Es entonces cuando comprendes que nada es imposible si lo deseas desde el corazón.