Dicen por ahí que cuando una
puerta se cierra, otra se abre. Y esto es cierto, pero para algunos cuando una
puerta se cierra, les pilla con la pierna dentro como si alguien desde el otro
lado tirara de su pie para permanecer dentro, como un niño tirado en el suelo
tira del pantalón de su madre mientras llora y patalea para que le haga caso.
Esa puerta que se cierra es el
pasado, para algunos muy oscuro, para otros doloroso o triste, otros sin
embargo no saben cómo describirlo y solo quieren enterrarlo.
No todos cierran esa puerta,
algunos ni siquiera la entornan, la dejan toda su vida de par en par sin
importar que pase o que pasará, aunque ellos la ven desde lejos cerrada hasta
con candado.
Otros dejan la puerta entornada
como poniéndose una coraza, afirmándose ellos mismos que así está cerrada y
nada malo puede pasarles. Pero al final, tarde o temprano, las puertas que no
están cerradas completamente se abren de nuevo cuando menos lo esperamos.
Existen aquellos que están
decididos a cerrar la puerta con llave, cerrojo y candado, tapando la mirilla
para no poder ver nada ni mirar atrás. Pero cuando estas a punto de cerrar,
cuando solo estas a un paso de olvidarte de tus problemas y olvidar el pasado
para siempre, en ese momento alguien mete la mano y te agarra la camisa desde
el otro lado de la puerta, te la agarra con fuerza y tu forcejeas para
deshacerte de ella y poder cerrar la puerta.
Y cuando crees que te has librado
de esa mano, un pie se asoma por el lateral impidiéndote cerrar.
- - ¿Me tomas el pelo?- te preguntas enfadado - ¿Por
qué no quieren que cierre esta puerta? Parecen olvidarse de lo feliz que estoy
sin ella y que tengo otra puerta abierta que me espera en el otro lado y me
recibe con los brazos abiertos.
Y por fin después de mucho luchar
y empujar, consigues cerrarla y te apoyas contra la puerta cansado de tanto
esfuerzo, recordando los malos momentos que dejas detrás de ti, el dolor, la
oscuridad y todo lo que te ha hecho infeliz. Piensas lo afortunado que eres
porque al fin nadie te impedirá ser feliz, porque has conseguido cerrar la
puerta con llave y cerrojo y crees, por supuesto, que eso será más que
suficiente para irte y entrar por aquella preciosa puerta que te espera
abierta.
Y cuando estás a punto de entrar,
de saborear la felicidad, de abrazar a quien te espera detrás de esa puerta,
algo te arrastra del pie tan fuerte que logra tirarte al suelo, devolviéndote a
aquella puerta que hace un momento creías haber cerrado para siempre y que
ahora, está entre abierta y destrozada.