Sentada al pie de una roca, con el horizonte como estampa de
postal. Con el sol despidiéndose tras las altas montañas dejando paso a un
atardecer con colores anaranjados y rojizos por una parte del inmenso cielo.
El azul tan profundo que el cielo te regala hacia el otro lado de donde el sol se esconde, hace que el
aroma que respiras sea aun más fresco.
La brisa amaina tu pelo y lo agita suave con el viento, el
cual sacude con fuerza en lo alto de la cima.
El cantar de los pájaros, el susurro del viento y el ruido
de las hojas azotadas por el mismo en los altos y frondosos árboles, hace que
ese sonido produzca una bella melodía para tus oídos que consigue relajarte y
llevarte hasta la más profunda tranquilidad y el más buscado desasosiego.
Todos esos elementos de la naturaleza forman un precioso y
agradable silencio. Y es que allí solo reina el silencio. Ni un grito, ni una
palabra, ni un estruendo ruido. Allí sobran las palabras porque el silencio
vale más que una simple y preciada letra.
Es ese el lugar que necesitas en esos momentos en que tu
mente estalla, en los que tu cabeza dice “basta”. Cuando necesitas gritar,
cuando quieras correr o poner tu cuerpo y tu mente al límite de lo imposible…,
ese es tu lugar.
Porque solo la paz y el silencio de la naturaleza hace que
logremos transportarnos de un mundo cruel a un lugar donde los problemas y las
preocupaciones parecen no existir.