jueves, 23 de diciembre de 2010

...Doble adiós...

Allí estaba él, llorando su perdida. Aquella personita que tanto había querido y que se había marchado de su lado para siempre. ¿Por qué? Lloraba y gritaba. Cerraba sus puños con fuerza. No soportaba la realidad. No era capaz de aceptarlo. Su cuerpo tirado en el asfalto, muerto, sin vida. Su corazón ya no latía.
Él la cogía delicadamente acurrucándola en sus brazos, acunándola y derramando sus lágrimas sobre su pecho sin vida.
En un momento, en cuestión de segundos, recordó todos los momentos vividos junto a ella. Esas tardes, esas noches. Esos paseos por el parque, esas películas juzgadas por ambos al terminar. Esos besos tan tiernos, pasionales y llenos de un fuego interno que les quemaba a ambos. Esos ratos en el coche donde se entregaban en cuerpo y alma. En secreto. Escondiendo su amor. Esos detalles que siempre tenía con él por pequeños que fueran.
Pero lo mejor de todo. Su sonrisa. Esa dulce y blanca sonrisa que mostraba cada vez que él estaba con ella. Cada vez que la hacía reír con cualquier tontería. Esos abrazos que le hacían estremecer por dentro.
No, no y no. ¡Ahora todo se había esfumado! Ya se ha ido. Dios se la ha llevado para siempre.
- ¿Por qué? ¿Por qué me has quitado lo que más quería?- se preguntaba- ¿Por qué? Si era parte de mi vida.
Ahora le han arrancado un trozo de su corazón. Un trozo que ocupaba ella y que con su perdida, se ha muerto.
Horas y horas tirado en el asfalto, observando a su amada. Aun pensaba que estaba viviendo un sueño. Aquello no podía ser real. No se imaginaba la vida sin ella, sin su linda y bella princesita, sin su gran tesoro. Y ahora; quisiera o no, tenía que seguir adelante.
- ¿Pero cómo? ¿Ahora como hago para vivir sin ella?- se preguntaba de nuevo.
Preguntas sin respuesta. Las lágrimas ahogaban sus sollozos. Jamás la dijo un verdadero te quiero. Nunca valoró lo grande que era para él su presencia y ahora que no está junto a él, la añora, la echa de menos, la extraña, la valora, la ama con más fuerza y desearía gritárselo. Sin temores, sin ataduras, sin miedo. Le ha frenado el “qué dirán” y ahora se arrepiente.
Su alma viaja hacía el más allá mientras su cuerpo sigue en el asfalto sin vida.
Él siente que su vida poco a poco se morirá sin ella. Lo prefiere. Quiere su vida junto a su amor. Haría lo que fuera. Quiere pedirla perdón. Daría hasta su miserable vida para volverla a ver. Si, lo haría. No tiene miedo. Decidido.
Su mano viaja hasta el bolsillo donde por arte de magia, por suerte o por desgracia, encuentra su herramienta necesaria. El filo del cuchillo roza su cuello, suavemente, observando por última vez el cuerpo de su amada de nuevo en el suelo. Quiere estar con ella, aunque no sea en esta vida. Y si tiene que morir por ella, lo hará. El cuchillo termina su recorrido por su cuello. Siente frío, le cuesta respirar, no puede ver bien a toda la gente que curiosea en la acera. Pero no le duele, eso no. Porque sabe que su mayor dolor ha sido la pérdida de su amada.
Allí la ve, al final de ese oscuro túnel que tiene bastante luz cuando termina. Está tan bella, tan linda como siempre. Ella con un gesto le pide que le siga. Y él sin pensárselo dos veces cruza aquella frontera, aquella línea que le dará el paso a su nueva vida. De nuevo junto a ella.
Por fin juntos en otra vida, en la cual no se dejará llevar por el “qué dirán”.
Y así es como dos almas se alejan de la mano por ese pasillo de luz, demostrándose ese amor que en la vida real no fueron capaces de hacer.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

...Tristeza...


Se despertó con su carita llena de lágrimas, con el corazón roto, muerto, sin pasión, sin vitalidad. Aquellas grandes heridas ya no le dolían. Había superado el límite del dolor. No tenía palabras, no podía hablar. Su estado de shock la tenía totalmente paralizada.
¿Qué había pasado? De la noche a la mañana su vida había cambiado. Nadie se daba cuenta de la tristeza que la consumía. Solo ella sabía de su dolor. Nadie más.
Negaba una y otra vez la realidad. Era incapaz de aceptar aquella terrible noticia. Ya no le quedaba nada. Todo lo que ayer cobraba de sentido en su pequeña y feliz vida, hoy había dejado de tener importancia. Un estado de angustia recorría todo su cuerpo. ¿Por qué? ¿Por qué tanto dolor por algo que puede verse una simplicidad? Es algo que ella se ha preguntado una y otra vez, pero no obtiene respuesta. Nunca creyó que una persona pudiera hacer tanto daño. Jamás pensó que él fuera capaz de clavarle esa daga que destrozaría su corazón, que apagaría su vida lentamente.
Ahora ha comprendido lo complicado que es amar, lo difícil que es compartir con otra persona tu vida. Ahora se ha dado cuenta de la importancia de su vida. Por fin valora las pequeñas cosas que un día le dieron la felicidad.
La soledad le consume. Ya no puede llorar más, sus lágrimas se han agotado. Su llanto se ha perdido entre los rayos de sol del amanecer.
Ahora descansa tranquila con su recuerdo en la mente y con su corazón hecho pedazos que; posteriormente, él se encargara de pisotear.