martes, 10 de abril de 2012

...El precio de la felicidad...

Como esa estrella que brilla en lo alto de un cielo tan oscuro y que ilumina tus ojos con solo contemplarla. Como esa gota de agua que, pequeña e indefensa; corre hasta su meta. Como las nubes blancas que llevan su rumbo hacia algún lugar donde les indique el viento.

Como ese gran arcoíris que alumbra el cielo con su multitud de colores y que desprende una alegría difícil de perder. Como aquel nido en lo alto del árbol en el cual un pequeño polluelo pía buscando el calor de su dulce madre.



Como todas esas pequeñas cosas que nos rodean, nos hacen sentirnos bien y que sin darnos cuenta hacen que en nuestro rostro se dibuje una pequeña sonrisa. Y es que esas pequeñas sonrisas son las que nos transmiten la verdadera felicidad. Esos pequeños momentos que día a día vivimos, pasan ante nosotros sin darnos cuenta.

Como la felicidad que desprende contemplar la verdadera belleza de la naturaleza, el precioso sonido del silencio o escuchar como el viento nos susurra al oído su verdadero rumbo.


Como la alegría que nos transmiten nuestros ojos al observar los diferentes colores del paisaje; los verdes campos, el amarillo del trigo, el azul del inmenso cielo. Y ¿por qué no?, averiguar los colores del viento que se mezclan con su brisa y desprenden un aroma a naturaleza.


Y con todo esto hallar la felicidad y la calma que tantas personas ansiamos alcanzar. Llenar tu corazón de pequeños pero inmensos momentos que hagan que, cada día, tu alma esté llena de luz y felicidad.



Porque solo así conseguiremos la paz con nosotros mismos, solo así lograremos sentirnos felices con los que nos rodean y con nuestras circunstancias. Solo así contemplaremos la vida de un punto más positivo, agradable y fácil.


Y es que debemos desengañarnos, la felicidad no podemos comprarla con dinero ni con grandes cosas materiales que satisfagan nuestros deseos. La felicidad la encontramos en nosotros mismos, cuando nuestros pensamientos son positivos y conseguimos valorar la sencillez y simpleza de los pequeños momentos.


Porque quizás la felicidad tenga un precio, pero la fijación de ese precio depende de nosotros.


Por lo tanto, debemos aprender que ser felices está en nuestras manos.