domingo, 22 de mayo de 2011

...La princesa encerrada...

Había una vez, en un reino muy lejano, una princesa encerrada en lo más alto de la más alta torre. Una malvada bruja la había encerrado hace poco y no podría salir hasta que un caballero apuesto lograra salvarla.
La princesa se pasaba todos los días esperando a que su apuesto caballero la salvara de aquella alta torre. 
Mientras tanto pasaba los días cosiendo, tejiendo, leyendo, barriendo, etc.

Para llegar hasta la torre había que atravesar primero un bosque lleno de misterios y que estaba siempre muy oscuro, después te encontrabas con un puente de madera que cruzaba un lago de lava. Más tarde había un gran y fiero dragón que habría que matar. Posteriormente llegabas a la torre, pero ésta estaba cubierta de 
alambre con espino y antes de subir había que quitarlo.

Todas estas pruebas había que superar para rescatar a aquella dulce y bella princesa.
Un gran día un apuesto caballero apareció por allí dispuesto a salvar a la princesa. Así que decidido atravesó el bosque enfrentándose con todo animal que se encontraba. Una vez terminó de cruzar el bosque, llego hasta el puente de lava. Pero aquel caballero cuando vio el puente que se movía un poco y estaba a punto de romperse, dijo:

-           -   Buah, yo no cruzo esto, puedo caerme y quemarme. Además ya estoy muy cansado de cruzar ese gran bosque, así que me voy.

Y aquel caballero se dio media vuelta.

Días después apareció otro apuesto caballero dispuesto a salvar a la princesa. Se puso muy contento al ver que ya habían pasado por el bosque y habían matado a todos los animales peligrosos que había allí. Así que lo cruzo sin problema y enseguida llegó al puente de lava. Con mucha valentía lo cruzó aunque le costó bastante esfuerzo que el puente no se rompiera. Cuando terminó de cruzarle se encontró con el gran dragón y dijo:

-             -   Uf -suspiró- ¿Ahora tengo que matar a ese dragón? Pues no me apetece, ya estoy muy cansado de cruzar el puente. Así que me voy.

Y el segundo caballero se fue.

Pasaron los días y apareció otro caballero muy apuesto y valiente. Se dio cuenta que el bosque estaba despejado y el puente estaba reforzado para poder pasar sin dificultad, asi que cayó en la cuenta de que alguien había estado allí. Muy contento y sin hacer nada llegó hasta el gran dragón, al cual mató sin ninguna dificultad. Pero cuando terminó y vio que aún tenía que subir la torre, dijo:

-           -      ¿Ahora hay que quitar el alambre de la torre? –suspiró- Pues va ser que no, que ya estoy muy cansado de matar a ese enorme dragón. Así que me voy.

Y así fue como aquel caballero se fue por donde vino, muy cansado.

Otro día otro apuesto caballero llegó dispuesto a salvar de una vez por todas a aquella princesa. Se alegró muchísimo al encontrarse todo despejado: el bosque, el puente reforzado y… ¡el dragón ya estaba muerto!

-          -  ¡Buah! Esto está tirado, si ya me han matado al dragón y todo. Por fin seré yo quien rescataré a la princesa.

Así que fue a su objetivo: la torre. Vio que estaba cubierta de alambre con espino y poco a poco fue quitándolo dando vueltas sobre la torre de tal manera que lo desenrolló fácilmente y lo dejó echo un ovillo al pie de la torre. Ahora solo tenía que escalar, pero:

-             -   Uf, ahora estoy realmente cansado. Ya he quitado todo el dichoso alambre, no tengo ganas de subir y escalar, además es muy alta la torre. Así que me voy.

Y aquel caballero se fue.

Pasaron dos días más y apareció un gran caballero, apuesto, fuerte y robusto, dispuesto a ser el salvador de su princesa y poder casarse con ella.
Cuando de repente vió que el bosque estaba despejado, el puente se encontraba reforzado para poder pasar, ¡el dragón estaba más que muerto!, y el alambre con espino de la torre estaba quitado y echo un ovillo al pie de ésta. Se llevó una gran alegría y muy orgulloso empezó a decir:

-            -   Pero esto es genial, solo tengo que subir y escalar esta gran torre y ya podré salvar a la princesa. Esto es pan comido.

Así que muy contento se dispuso a escalar. Y escaló y escaló hasta que por fín llego a la ventana y se coló. Muy cansado observó por todos los rincones de aquella habitación, pero… ¡la princesa no estaba!
-           -  ¿Dónde se ha metido la princesa?- pensó él.

Y es que queridos amigos, llegó un momento que la princesa se cansó tanto de esperar y esperar a que algún hombre tuviera el valor y la valentía de no cansarse y salvarla, que cogió un día y dijo:

-            -   Estoy harta de estar esperando a mi supuesto príncipe azul que me rescatará. Yo me voy de aquí a tomar unas cañas con mis amigas y que se cansen de esperar esos dichosos “príncipes azules”, que yo ya los he 
es   esperado bastante y además está claro que si son azules… ¡destiñen!





Y así fue como la princesa, cansada de esperar, se largó de aquella torre para irse de copas con sus amigas.

Y colorín colorado esta historia se ha acabado. 

viernes, 20 de mayo de 2011

...LA PRINCESA Y EL PICAPEDRERO...

Había una vez, en un reino muy pero que muy lejano, en lo alto de un pueblo, un gran castillo. En él habitaban el rey de ese pueblo y su hija la princesa María.



Un buen día el rey hablaba tranquilamente con su hija:


- María, hija mía, yo creo que ya te has hecho mayor, ya tienes una edad propia para casarte y poder ser reina antes de que yo muera. Así que dime con quien desearíais casaros hija mía- le comentó el rey a su hija.


- Pues la verdad papá es que yo llevo un tiempo ya enamorada del picapedrero del pueblo y es con él con quien quiero casarme.


- ¿Con el picapedrero?- preguntó el rey extrañado con cara rara- No no hija, yo no puedo dejar que te cases con un simple picapedrero. Tú debes casarte con alguien importante, poderoso y de alta clase, no puede ser un cualquiera.


- Pero papa yo…- reprochó la princesa.


- No hay más que hablar, ahora mismo voy en busca del señor más poderoso de este reino.


Y así fue como el rey empezó su camino. Pensó que el señor más poderoso de toda la tierra sería el sol, y que era el que mejor protegería a su hija. Así que se encaminó hacía el sol y cuando llego habló con él:


- Buenos días señor sol. Venía a comunicarle que quiero casar a mi hija con el señor más poderoso de la tierra, y bueno yo estoy seguro que usted el sol es el más poderoso de todos, pues puede calentar a todo el mundo desde ahí arriba- le informó el rey.


- Pues así es alteza, lleva usted toda la razón, yo soy muy poderoso, y de echo me encantaría poder casarme con su bella hija. Pero me temo que yo no soy el más poderoso de todos porqué yo puedo salir todos los días, pero a veces las nubes me tapan y no me dejan desprender todo mi brillo y mi calor.


- Mmm…- se paró a pensar- Pues entonces llevas razón, las nubes son más poderosas.


El rey, pensando que las nubes eran las más poderosas de la tierra, se dirigió a hablar con ellas y cuando llegó les dijo así:


- Buenos días señoras nubes. Vengo a decirles que quiero casar a mi hija con el más poderoso de la tierra y yo estoy seguro que ustedes las nubes son las más poderosas aún que el sol porque lográis taparlo.- añadió el rey.


- Pues sí, así es alteza. Nosotras podemos tapar al sol cuando salimos, pero no por ello somos las más poderosas de la tierra. Hay alguien más poderoso aún que nosotras porque cuando las nubes salimos el viento nos arrastra donde el quiera, entonces dependemos de él.


- Vaya- pensó frotándose el mentón- pues entonces el viento es más poderoso.


Así que, el rey decidido se fue a hablar con el más poderoso de la tierra, el viento. Y cuando llegó le dijo así:


- Buenos días señor viento. Vengo a comentarle que quiero casar a mi hija; la princesa, con el señor más poderoso de la tierra y las nubes me han dicho que usted es más poderoso que ellas porque puede arrastrarlas, ¿no es así?- dijo el rey.


- Sí si, así es alteza, yo soy más poderoso que ellas pues las arrastro con mi furia y mi fuerza donde quiera. Pero en realidad no soy el más poderoso de la tierra porque yo no puedo pasar siempre por donde quiera, las montañas tan altas a veces me lo impiden. Por eso ellas son más poderosas que yo.


- Pues sí, entonces las montañas son más poderosas.


El rey, ya un poco cansado, se dirigió a hablar con la montaña ya que era la más poderosa para poder casarse con su bella hija María, la princesa. Y una vez tenía a la montaña delante, le dijo:


- Buenos días señora montaña. Estoy aquí para proponerle si quiere usted casarse con mi hija, pues estoy buscando al señor más poderoso de la tierra y el viento me ha dicho que tu eres más poderosa que él porque le impides pasar. ¿Eso es cierto?- preguntó el rey.


- Por supuesto, eso es verdad. Lo que pasa que, siento decirle que no me casaré con su hija, porque realmente yo no soy la más poderosa de la tierra. Veréis alteza, yo ya estoy algo mayor y tengo a un gusanito que me está comiendo poco a poco por dentro. Yo ya no sirvo de mucho.


- Entonces el gusanito que la esta comiendo por dentro a esta montaña, será el más poderoso de todos- pensó muy convencido.


Y así fue como el rey se dirigió hacia el interior de esa montaña. Después de atravesar muchos túneles llegó hasta donde se encontraba aquel gusanito que verdaderamente se estaba comiendo el interior de aquella montaña.


¿Y os podéis imaginar quien era aquel gusanito tan poderoso que le quitaba la vida poco a poco a la montaña?


Pues aquel gusanito era el picapedrero del pueblo. Un simple hombre, que no era rico y tampoco poderoso, pero que con su humildad y su trabajo se ganaba el pan de cada día.


Y así fue como el rey quedó convencido de que aquel picapedrero era el hombre más poderoso para casarlo con su hija.


La princesa al conocer la noticia se alegró muchísimo de que pudiera casarse con quien ella quería desde el principio.




Y desde aquel día, la princesa pudo elegir libremente en todas sus decisiones. Se casó con su querido picapedrero. ¡Y vivieron felices y comieron perdices!


Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

jueves, 12 de mayo de 2011

...Recuerdos...

Esa brisa, esa luz, ese aroma que al inspirar te llena por dentro. Ese sonido de las aguas que logra tranquilizarte cuando te sientes sola. En ese lugar te das cuenta que no estás sola. Los pájaros están contigo, cantándote para animarte, no es lo mismo que su voz pero te conformas. La brisa recorre tu piel, al igual que sus caricias lo hacían y aunque no logra producirte ese escalofrío que él te producía al tocarte, al menos no te sientes sola. Ese aroma a verde, a humedad; quizás no sea igual que inspirar su olor al despertar u oler su cuello en cada beso, pero al menos te relaja y te ayuda a no pensar. Esa luz que el sol desprende puede compararse con el gran brillo que sus ojos emanaban, ese brillo que tanto te gustaba y ahora en ese momento no tienes.



El corazón te duele, sientes un gran vacío en el pecho, que a veces te impide respirar, pero siempre acabas pensando en él, recordando ese momento que jamás olvidarás. Un recuerdo lleno de detalles, un recuerdo tan real que parece que está ahí, contigo. Y así pasas los días esperando a que ese recuerdo vuelva a ser real, aunque las posibilidades de volver a vivirlo sean nulas. Aunque quizás mañana todo cambie y nada pueda ser, aunque tu corazón o el suyo se paren y jamás volváis a estar juntos…

Y como cada noche ahí estás tú, derramando una lágrima en tu almohada, extrañando su compañía a tu lado, extrañando sus caricias al despertar, echando de menos sus besos, ese calor que desprendía y hacía que no pasaras frío. Extrañando esa sonrisa y ese brillo en sus ojos que al despertar te encontrabas. Echando de menos sus atenciones, su pecho moviéndose acompasadamente por el ritmo de su respiración. Extrañando sus latidos en tu oído, su pecho como tu almohada. Sus cosquillas por tu espalda, esas que te producían tantos escalofríos. Y te duermes pensando en todo su ser, te duermes imaginando que él está contigo, ahí, a tu lado, abrazandote fuertemente para protegerte.

Pero una cosa tienes clara. Por mucho que te duela recordarle, jamás dejarás de hacerlo, pues nunca sabes que pasará el día de mañana.