Y llegó el día en que el mundo nos frenó en seco, se paró y
nosotros nos paramos con el mundo. Nos dio una bofetada de realidad
enseñándonos el valor de tantas cosas... Nos enseñó la importancia de un abrazo
o de un beso y aprendimos a valorar los encuentros, las reuniones, las visitas…
Incluso aquellas que hacíamos obligados.
Nos enseñó a echar de menos una caricia, a echar de menos
todo cuanto poseíamos incluso aquello que creíamos que no teníamos. Nos sirvió
para acordarnos de nuestros mayores, pensar en lo que ellos vivieron y darnos
cuenta de lo afortunados que somos. De acordarnos de los que no están y sonreír
pensando que hubieran dicho de todo esto…
A algunos nos ayudó a disfrutar de los más pequeños y a
otros a echarlos tanto de menos…De valorar realmente la compañía y entender que
necesitamos disfrutarla porque solo tenemos una vida.
Llegó el día en que añorábamos un simple paseo entre la
naturaleza, un día de lluvia sin paraguas o incluso un día de frío sin bufanda.
Y día tras día ese parón nos enseñó a echar de menos nuestras rutinas, incluso
los días estresados y aquellos que deseábamos que pasaran rápido. Las
rutinarias comidas con los compañeros de trabajo, con nuestros familiares, con
nuestros amigos… Todo aquello de lo que un día nos quejábamos, al otro ya lo añorábamos.
Nos enseñó que a veces las excusas nos llevan a perder el
tiempo, cuando muchas veces nos excusamos de no tenerlo. Aprendimos a
cuidarnos, a querernos, a dedicarnos un poco más a nosotros mismos y a los
demás.
Y curiosamente, desde una ventana vimos el mundo desde otra
perspectiva, nos solidarizamos con todo y con todos, nos emocionamos apoyando a
todos aquellos que no desistían y luchaban por nosotros. Aprendimos a valorar
el esfuerzo de muchas personas que antes ni si quiera hubiéramos imaginado, en
lugar de mirarlos solo por su profesión o su formación. Muchos nos demostraron
su sacrificio por los demás, su pasión, su fuerza, su paciencia, su lucha…
Quizás todo esto nos
enseñó a no juzgar antes de conocer, a pensar un poco más en los demás, a
empatizar, a dar sin recibir, a compartir, a sacrificarse, a cooperar todos
juntos, a ser solidarios… Pero sobre todo a amar.
Nos quejábamos de no tenerlo y la vida nos lo regaló:
tiempo. Tiempo para echar de menos, para pensar, para disfrutar, para estudiar,
para formarse, para amar, para reír, para llorar, para parar… Tiempo para
hacer todo aquello que queramos y que nunca antes habíamos podido hacer.