sábado, 27 de diciembre de 2014

...Sola bajo la tormenta...

Suspiros, resoplos. Suspiros y más suspiros.

Respirar hondo, cogiendo mucho aire y cerrando los ojos como concediéndote un minuto para pensar, para reorganizarlo todo en tu mente.

Quizás para, en esos minutos de relajación, sacar fuerzas de donde no las haya, buscar un ápice de paciencia guardado dentro de ti.

Y todo esto ocurre siempre… y al final todo se calma, y ese sol tan brillante escondido, sale tras la oscura tormenta.

Eso es lo que ocurría, siempre. Una y otra vez.

Ahora te encuentras con un contratiempo el cual no te sientes capaz de cambiar. Y es que la tormenta no termina, parece que nunca llega a su final. No se va, no desaparece, ni siquiera deslumbra un pequeño rayo de sol. Lo peor de todo, es que cada vez el cielo es más negro y cada vez llueve con más fuerza. A veces los relámpagos iluminan el cielo y las calles mojadas.

Ya no hay respiración lenta o relajada, ya no queda paciencia ni fuerza en tu interior. Y te das cuenta cada minuto que pasa que no va cambiar al menos por mucho tiempo. Todo eso se agotó, las reservas se terminaron no hace mucho tiempo en tu interior.

Y solo se te pasa una pregunta por la cabeza una y otra vez, “¿y ahora qué?”

¿Qué pasará? ¿Terminará la tormenta algún día? ¿Lograrás quizás poder volver a ver el sol? ¿Cuál es la solución? ¿Qué es lo que tienes que hacer?

A veces te apetece seguir ahí parada bajo la lluvia en la oscura y fría noche sin pensar en nada. Otras veces te apetece correr y correr todo lo que tus piernas te permitan hacia ningún lugar, mientras tus lágrimas se unen en una sola a la luz de los tenebrosos relámpagos.


Y cuando intentas buscar una solución a tus problemas y resguardarte de la fría lluvia, nada encaja de nuevo y todo se vuelve a desmoronar bajo tus pies.

Acabas llegando una y otra vez a  la misma conclusión cada noche.

Y es que solo te queda esperar. Esperar y esperar para ver qué sucederá al día siguiente con esa tormenta que parece no tener un final.