miércoles, 17 de noviembre de 2010

"El último beso"

El frio azotaba sus mejillas, calaba sus huesos, a la misma vez que hacía que un escalofrío recorriera su menudito cuerpo.
A su lado él, con su cazadora de cuero, paseando junto a ella. La veía tiritar y su corazón se enternecía. Parecía tan frágil, tan débil y hermosa a la vez.
Inmediatamente, sin pensárselo dos veces, se quito su cazadora para ponérsela en los hombros de ella, mientras no podía quitar de su cara esa sonrisa de enamorado que se le dibujaba al mirarla a los ojos profundamente.
Ella le sonrió, ruborizándosele las mejillas y sin decir nada más que lo que su mirada transmitía. Un solo gracias bastó para que él se sintiera el hombre más afortunado del mundo al conocerla. No era suya, no podía tenerla. Solo en ciertos momentos, escasos días al mes, pero aun así, aprovechaba esos pequeños ratos a su lado.
Ella seguía mirando al frente, nerviosa, caminaba lento a su lado, miraba al suelo, le volvía a mirar a él. Sentía una atracción por sus labios, pero no sabía si lo adecuado era besarlos.
Lo que ella no sabía es que el también la deseaba. Deseaba rozar sus labios otra vez, prometiéndose de nuevo que esa sería la última. Sabía que sufriría después cuando ella se marchara, pero prefería aprovechar ese momento.
En un instante sus miradas coincidieron, quedaron fijadas profundamente, transmitiendo miles de pensamientos, sensaciones, de sentimientos. Un paso adelante. Su mano en sus largos cabellos. Sin desviar sus miradas, sus cuerpos estaban cada vez más cerca. Ella posa su mano en su cintura. Él la acerca poco a poco hacía su cuerpo cogiéndola por el mentón. Le acaricia el cuello, le aparta sus bellos cabellos para colocarlos detrás de su diminuta oreja. Se para delicadamente a oler su cuello, impregnándose de su dulce aroma, aquel que un día le hipnotizó.
Ella está empezando a ceder, no es capaz de resistirse. Miles de mariposas le recorren el estomago al tenerle tan cerca. Acaba de rozarle el cuello con la punta de su nariz y de absorber fuertemente todo su perfume. Un escalofrió recorre su cuerpo de cabeza a pies. No piensa con claridad. Suspira. Cierra los ojos.
Él se separa para que sus caras queden de frente a frente. Sus labios a escasos centímetros, sus respiraciones empiezan a incrementarse. Él la mira dulcemente. Piensa de nuevo: es tan bella… La quiere, la desea, aunque no demuestre sus sentimientos. No aguanta más, el tener su boca tan cerca le hace perder la razón.
Lentamente, se acerca. Ella fija su mirada en sus labios. Le deja hacer y se aproxima ella también, a la vez que cierra los ojos para sentir más profundamente ese beso.
Al fin. Al fin sus labios se encontraron, al fin ese beso tan esperado desde hacía días. Disfrutan ambos rozando sus labios, jugando con sus lenguas, sin pensar en el después.
A ella las mariposas le vuelven a recorrer el estomago. Por un momento se siente en el cielo. Le quiere. No, mejor aún. Aunque él no lo sepa, le ama. Le ama en silencio. Le ama en soledad y con sufrimiento.
Él la quiere. piensa cuales son sus sentimientos. Rectifica. No. No la quiere, la ama.
Al fin se separan de ese cálido beso, profundo y lleno de pasión. Sentimietnos intercambiados con un solo juego de lenguas.
Vuelven a quedarse frente a frente, con sus narices pegadas. Se miran. Ambos quieren hablar, pero no saben que decir.
Ya está, dos solas palabras, así sabra cuanto la quiero.
Sí, lo digo, le revelaré mis sentimientos hacia él. No importa.
Y entonces dos palabras salieron al unísono de sus bocas.
- Te quiero.

lunes, 1 de noviembre de 2010

"Miradas complices"

Suena el despertador. ¿Un día como otro cualquiera? No, si lo fuera no te hubieras despertado tan deprisa, si fuera un día como todos los demás no te levantarías tan pronto. No estarías tan nerviosa. ¿Pero por qué? Tampoco es para tanto- te repite tu conciencia una y otra vez.
Sales pitando de la cama, intentas aparentar normalidad. ¿Normalidad? Imposible, hoy no.
Intentas desayunar, al menos lo intentas, pero el tazón de leche que te bebes cada mañana hoy no te entra de ninguna forma. Sientes angustia, inquietud, hiperactividad, nerviosismo… ¿Quizás miedo? Si, puede ser. ¿Pero miedo de que?- te preguntas mientras intentas hacer hueco a la leche. Solo es una persona, nada más. ¿¡Pero que estoy diciendo?! No es una persona cualquiera. Es…, él. Simplemente él. Su nombre en mi cabeza y su imagen en mis recuerdos hacen que mis piernas tiemblen al subir las escaleras.
Aun faltan dos horas, dos eternas horas en las que ya empiezas a arreglarte, o mejor dicho “a ponerte guapa” ¿Para él? ¡No! Que va… Aunque pensándolo bien… ¿Para quién si no? Uff, otro suspiro, demasiados ya van en los 15 minutos que llevas despierta.
Intentas calmarte mientras te duchas, pensar que cara se te quedara al verle, al volverle a ver después de tanto tiempo, después de aquella vez. Te repites una y otra vez: “No pasa nada, simplemente quedamos para charlar, no pasara nada…” tan segura de ti misma que sonríes por ese orgullo y esa fuerza de voluntad que sale de ti. Pero tus dudas empiezan a aparecer cuando empieza a hablar tu corazón. Si, ese que has dejado con las puertas cerradas todo este tiempo, aquel al que has hecho caso omiso ahora intenta avisarte. Luchas para ser más fuerte que él, que esos sentimientos que manan de él. Pero lo que no sabes es que el corazón siempre gana, es el más fuerte en cualquier batalla.
Con esos pensamientos terminas tu media hora en la ducha a punto de parecer una esponja. Una hora y tu estomago ya está en vilo. La angustia empieza a crecer, las piernas vuelven a temblar, el nudo en la garganta empieza a aflorar impidiéndote casi hablar. “Ya está cálmate, solo es un amigo” Aunque sabes perfectamente que no es verdad. Recuerdas todos esos momentos pasados, dulces y bellos momentos aparcados en aquel rincón. Intentando ser olvidados pero que por desgracia el intento quedo en eso, un simple intento, y aun esos preciosos paseos, aquellas magnificas tardes y noches siguen estando en tu mente.
¿Cómo vas a verlo como un amigo? ¿Cómo vas a ser capaz de quedar con él y no bajar la vista a esos labios que te besaron una vez? Difícil pero te juras a ti misma que lo harás. Un juramento en vano que no podrás cumplir y que sabes ya de antemano. Aun tienes una hora para vestirte y maquillarte. Despacio, sin prisa solo tardas media hora en terminar de arreglarte. Los segundos se hacen minutos, los minutos se hacen horas y esperas durante media hora sentada en el sofá matando el tiempo e intentando controlar tus nervios, que el minutero corra por un momento hasta llegar a en punto. Hora exacta para el fin del trayecto, hora en la que aparecerá por esa esquina con esa sonrisa que te encanta, con esa sonrisa que te enternece y que te nubla el pensamiento. Solo 15 minutos más. Ahora 10, solo 5 y en punto. No llama, no avisa. Ya tarda, mas nervios recorren tu cuerpo desde la garganta hasta los pies.
Por fin, ves su llamada en el móvil avisándote de que ya está ahí, esperándote. Corres como nunca habías corrido como si de un galápago se tratase, para no hacerle esperar. Te miras al espejo por última vez. “Perfecta”- te dices a ti misma. Y sales de allí intentando dejar los nervios detrás de esa puerta. Avanzas en su busca, y cada paso es una eternidad, aquella esquina se ve lejos, estas deseando doblarla y verle de lejos. Mantienes la compostura, te haces la fuerte, intentas que tu orgullo este por encima de todo incluso por encima de tu corazón. Suspiras de nuevo. ¿Cuántas veces ya? Uff has perdido la cuenta. Y ahí está él, esperándote con esa sonrisa que imaginabas. Y ahí vas tú en su busca. Con una sonrisa de tonta que pareces una niña. Los nervios aumentan, intentas serenarte y comportarte de la forma más normal y común posible, sin miedo, sin nervios y sin nada que te impida tener vergüenza cuando le hables. Un saludo, dos besos de amigos, con pensamientos por parte de ambos que no coinciden con ese comportamiento. Al principio silencios incómodos y después risas y más risas. Charlas con él sin parar. Aun tus nervios no han desaparecido. Incluso las palabras se te traban pero lo disimulas lo mejor que puedes, mantienes de nuevo la compostura, no quieres perder la razón, aun sigues creyendo que ella ha ganado antes que tu corazón. Palabras con demasiado sentimiento, miradas cómplices de nuestro deseo, caricias que transmiten algo más que una simple amistad. “No, no y no. No cedas, no lo hagas” – te repites de nuevo. Intentas esquivarlo las veces que puedes disimuladamente, pero tu corazón grita por dentro. Te pide que abandones tu orgullo y tu resistencia, te pide que le dejes actuar. Y te dejas llevar, sigues un juego que no debió empezar o tal vez sí.

Y después de una hora ahí estas tu, rozando sus labios, incumpliendo tu promesa o mejor dicho tu juramento. Arrepintiéndote por dentro de haberlo hecho. Pero no piensas, ahora nada te importa. Es verdad, no deberías haberlo hecho pero ya está. Se acabó, al final perdí la batalla, mi razón perdió y ganaron de nuevo los sentimientos. ¿Por qué? Yo era fuerte, pero él me debilita. Ya nada importa, ya me salté las malditas normas, las prohibiciones. ¿Por qué aguanté tanto? Vuelves a besarle, extrañabas sus besos, mucho. Sabes que esos besos tal vez no signifiquen nada, pero te da igual, te da igual el sufrimiento por un minuto de desasosiego, te da igual con tal de estar un momento a su lado, entre sus brazos, en un calido abrazo. Por un juego de lenguas, por un roce de sus labios, por unas miradas que lo dicen todo. todo eso vale más que nada.
Dejaste atrás e orgullo, te sinceraste con el. Si, con aquella persona que odiaste tanto un día y que ahora sin embargo no puedes, no te sale, porque por mucho daño que te hiciera, aun sigue en tu corazón. ¿Por qué lo haces? Porque aun sigues amándolo…